Cuando estaba en el colegio y cursaba el séptimo año básico tuve una profesora de Castellano (no de español ni de lenguaje e incomunicación) a la que a través de los años siempre he recordado; yo tenía en ese entonces 12 años y cuando ya fui grande y había salido del colegio en principio los recuerdos fueron un tanto contradictorios, buenos y malos, pero al paso del tiempo la balanza se inclinó definitivamente hacia lo positivo, porque uno va cambiando su visión y opinión de las personas con las cuales ha interactuado y también de las diversas situaciones en las que ha sido espectador o participado de ellas; es decir, le perdoné sus faltas o pecadillos y me quedé con lo que trascendió, en particular con dos o tres situaciones de las cuales estaré eternamente asombrado y agradecido.
Mi profesora de Castellano se llama —o se llamaba— Marta A. y lo que recuerdo de ella es más o menos lo siguiente: era bastante enojona, o más bien le hablaba a sus alumnos claro y fuerte para hacerse respetar, a veces tejía en clase, en algunas ocasiones se limaba las uñas o corregía pruebas de otros cursos mientras nos ordenaba desarrollar las actividades del texto de estudio que ocupábamos, de la página 'x' a la página 'y', pero...
...En una de sus clases la señora Marta nos leyó "Ómnibus", el maravilloso relato de Julio Cortázar que forma parte de su primer libro de cuentos, "Bestiario", publicado en 1951, antes que el autor emigrara y se estableciera definitivamente en París; además, para esa publicación, una de las pocas que realiza el joven autor en Argentina, contó con el apoyo de Jorge Luis Borges. El asunto es que yo a esa edad no entendí del todo el cuento, pero sí lo encontré muy distinto a todo lo que había leído o escuchado hasta ese entonces; la cotidianeidad de tomar un bus para ir a ver a un amigo o amiga a tomar el té, la simpleza del lenguaje, todo eso era diferente a lo que estábamos acostumbrados con el costumbrismo, que aún imperaba por estos lares. La descripción de los pasajeros, del cobrador y del chofer del bus, los nombres de las flores que llevaba la mayoría, todo eso me llamó profundamente la atención y no lo olvidé, esa forma de narrar que para mí resultaba tan novedosa y a la vez muy cercana.
Al año siguiente, en otra de sus clases, esta misma profesora nos leyó otro cuento de Cortázar, "La noche boca arriba", del libro de relatos "Final del juego", editado originalmente en 1956; ya con eso no paró mi incipiente admiración por el escritor argentino, sin entenderlo del todo, pero intuyendo su calidad literaria. Eso tan original de jugar con el tiempo y el espacio del personaje principal, el guerrero-motociclista, para nuestra generación era toda una novedad. Pocos años después, ya egresado del colegio, leí por cuenta y gusto propio casi la totalidad de los cuentos escritos por el Cronopio Mayor.
Una anécdota que recuerdo de ese séptimo año fue que la profe de Castellano nos hizo aprender de memoria el himno nacional completo, ese texto largo y latero escrito por Eusebio Lillo, las cuatro o cinco extensas estrofas más el coro, incluyendo esa de los 'valientes soldados', esto era cuando ni la profe ni nosotros, sus discípulos, vislumbráramos lo que ocurriría en corto tiempo y a nuestros soldaditos se les cayera la máscara y dejaran al descubierto lo cobardes y clasistas que siempre han sido, ya que poquitos años después dan un golpe de estado, se quedan casi dieciocho años en el poder desde donde maltratan y humillan a sus compatriotas más humildes y desposeídos. La profe nos tomó la lección a uno por uno de sus alumnos del séptimo "A", consistente en recitar el himno completo, y poniendo de inmediato la nota en el libro de clases. Cuando le tocó su turno al mejor alumno del curso (que tengo entendido hoy es un exitoso ingeniero que vive en Sudáfrica), la señora Marta exclamó ¡qué sonsonete más espantoso!, ya que nuestro compañero había recitado el himno casi cantándolo y le tuvo que poner una buena nota sólo porque había cumplido diciéndolo completo y de memoria.
Una vez una de mis hermanas, que en ese tiempo estudiaba para ser profesora, me dijo si yo le podía pedir un favor a mi profesora de Castellano, que me diera una definición del verbo y la acción de leer; la señora Marta, muy amablemente, me anotó en ese momento y en una hoja de cuaderno escrita por ambos lados una detallada definición de lo que yo le solicitaba para mi hermana. Así eran las profesoras de esos años, entregada e instruida, en que sin consultar una enciclopedia ni decirme que no podía o me lo traía después, le hizo ese pequeño favor a mi hermana, que después fue profesora primaria y que, lamentablemente, murió el año 2002.
La señora Marta era casada con un profesor, también de Castellano, que trabajaba en el mismo colegio y le hacía clases a los más grandes, a los de la Media, no recuerdo su nombre pero sí cómo le decían sus alumnos, su apodo era el "Congrio", nunca supe por qué. Al parecer el matrimonio era simpatizante demócratacristiano... bueno, nadie es perfecto; una vez a la salida del colegio estaban subiéndose a su auto y conversaban con un grupo de alumnos grandes, en realidad estaban bromeando acerca de las diversas opciones políticas de las próximas elecciones, en un vidrio del auto los profes habían puesto una calcomanía del candidato de la DC y los alumnos les habían escrito con el dedo, removiendo el polvo, las otras opciones en disputa. Lo relevante de esta situación era que el matrimonio, trabajando en un colegio de curitas, dejara a la vista su opción política y que, además, bromearan con sus alumnos; es decir nadie ocultaba nada y había un sano debate. Con el golpe de estado se instaló el miedo y se acabó la diversidad.
Otro recuerdo imborrable y significativo que guardo de mi profesora de Castellano fue que más o menos en la mitad del año —el recuerdo lo asocio al invierno— nos programó leer un libro, una novela para ser más exacto, la escogida fue "El último grumete de 'La Baquedano'", aquella épica aventura de un adolescente a bordo del buque-escuela de la Armada de Chile —el antecesor de la "Esmeralda"— y que fue escrita por Francisco Coloane en 1940. Según contaba años después el autor, a instancias de un amigo escribe aquella historia en quince días para mandarla al concurso de novela infantil organizado por la Sociedad de Escritores de Chile en conjunto con la editorial Zig-Zag, la obra de Coloane resultó ser la ganadora y está basada en la experiencia de un viaje que él hizo a bordo de ese buque-escuela en 1933, cuando tenía 23 años y prestaba servicio como escribiente de la Armada; también contaba que para poder mecanografiar el texto original y mandarlo al concurso, tuvo que pedir prestada una máquina de escribir, porque él no tenía una propia. Finalmente esta novela, la premiada, es publicada por la editorial convocante en 1941.
Cuando la señora Marta nos dijo al curso que teníamos que leer esa novela yo informé de eso en mi casa y cuando ya faltaban un par de semanas para el día en que estaba fijada la prueba correspondiente, un día por la mañana, antes de irme al colegio, mi papá me dio el dinero para comprar el libro. Recuerdo que ese día en el colegio estuve un poco ansioso, era la primera vez que iba a comprar un libro solo y me creía grande; a la salida de clases crucé la avenida de doble tráfico, en que aún está el colegio, y pasé a la librería que estaba justo al frente, compré el libro y me fui a mi casa, almorcé y a continuación me fui a instalar en la pieza de mis hermanas, en una pequeña silla ubicada en medio de las camas y frente a una estufa encendida —era invierno— y a una gran ventana que me brindaba la luz suficiente para leer, entonces comencé la lectura de mi libro nuevecito. Lo mágico de aquella experiencia fue que no me paré de aquella silla sino hasta que terminé de leer la novela, me atrapó desde el comienzo y no la solté, sólo debo haber interrumpido mi lectura para encender la luz y para tomar la once que tal vez alguna de mis hermanas o mi mamá me sirvió ahí mismo, yo estaba en trance, ensimismado y absorto.
Ese es el gran mérito de Francisco Coloane y en particular de esa novela, captar la atención de los niños y adolescentes lectores y no soltarlos, lograr que se identifiquen plenamente con el protagonista, el que burlando la vigilancia se escabulle en el buque-escuela y termina convertido en grumete. Leer esa novela a los doce años resultó ser para mí, reitero, una experiencia mágica y maravillosa; en la prueba me fue bastante bien, aunque no recuerdo exactamente qué nota obtuve, lo relevante es lo que esa lectura me dejó.
Lo que he reflexionado a través de los años es ¿qué importancia tiene que la profe de Castellano sacara su tejido o se limara las uñas mientras nos hacía clases, si en una de ellas se larga con la lectura de "Ómnibus" y me introduce para siempre en el universo cortaziano? la respuesta es: no tiene ninguna importancia; o que alguna vez en nuestra hora de clase corrigiera pruebas de otros cursos mientras nos daba una tarea, porque tal vez no le alcanzaba el tiempo ya que podía tener hijos y una casa que atender —asunto no resuelto hasta nuestros días y que es una de las razones por las cuales no hay educación de calidad en nuestro país, ya que algunas de las funciones que realizan los profesores (corregir pruebas o preparar clases) no están consideradas ni remuneradas y, además, sus salarios son siempre mediocres y deben tomar más horas para compensar— si después de todo eso tiene el criterio y el buen gusto de darnos como lectura complementaria una novela clave de la historia de la literatura en Chile, como es "El último grumete de 'La Baquedano'" del gran Francisco Coloane —tal vez la más leída junto a "Palomita blanca" de Enrique Lafourcade—, la respuesta es: no importa, no es relevante; su entrega y compromiso iban por otro lado, iban por dejarle a sus alumnos algo más que saber conjugar bien los verbos y escribir sin faltas de ortografía, ya que además de intentar enseñarnos el buen uso de nuestro idioma Castellano la señora Marta nos sembró la semilla del gusto y el amor por nuestra literatura, es decir, la chilena y latinoamericana.
En mí esa semilla germinó no sólo como entretenimiento y goce estético, sino que, además, como un conjunto de valores y arquetipos que me han entregado, lo que yo considero, la verdadera identidad de mi país y de toda esa porción del continente que va desde el río Bravo hasta la Patagonia. Muchos autores latinoamericanos me han transmitido el sentido de la pertenencia geográfica o territorial y, sobre todo, cultural, como así también esos conceptos —tan manoseados y abstractos— que son la nacionalidad y la patria; todo esto a través de los más variados personajes, plasmados en cuentos, novelas y poemas y con los cuales se establece empatía e identificación.
Este texto no es más que mi modesto homenaje y evocación de una de las profesoras de mi temprana adolescencia, la señora Marta, la 'vieja' de Castellano, que al parecer admiraba a Julio Cortázar, le gustaban Francisco Coloane y quizás muchos autores más, pero también los hacía partícipes de su labor docente, los hacía extensivos y se los regalaba a sus discípulos, a las nuevas generaciones, con cariño, con pasión o con desdén, da lo mismo.
La película "El último grumete", basada en la novela de Coloane, es bastante posterior, fue realizada en 1983 por el cineasta Jorge López; para mí uno de los aspectos más relevantes de la cinta fue la colaboración del músico Eduardo Gatti, quien especialmente para la ocasión compuso e interpretó la hermosa y significativa canción "Navegante" (Qué es lo que me está pasando / que en la quietud perfecta / todo empieza a temblar / se renuevan mis caminos / se hace trizas el retrato / de mi infancia y su calor...).
Comentario de la segunda imagen: el libro "El último grumete de 'La Baquedano'" que aparece en la fotografía es exactamente el mismo ejemplar al cual me refiero en esta narración, lo he conservado desde aquel tiempo, en que tenía 12 años, y fue uno de los primeros volúmenes que comenzaron a formar parte de mi incipiente biblioteca personal. El de Cortázar lo adquirí a fines de los años '70.
¡Ah!, la señora Marta también nos leyó una vez "El guardagujas", ese cuento literalmente fantástico, escrito por el mexicano Juan José Arreola y publicado en 1952 como parte de su libro "Confabulario".
Milton Bustos G.
Santiago, julio de 2015